A menudo esta pregunta me asalta con la certeza de que es retórica e inútil. Creo que no necesita contestación y sin embargo…
Miro alrededor rememorando el pasado que viví, así como cuando estudio e investigo el que no viví, encontrando que, es mucho más sencillo explicarlo todo cuando acepto que los pensamientos moldean el ser.
Se dice que un monje postuló hace unos siglos que cuando descomponemos en sus elementos más simples un problema, o un dilema, lo que queda al final es casi siempre lo acertado. Se llamaba Ockam… y siempre lo recordare por su “navaja”. Nadie debería olvidarlo ni a él, ni a muchos otros antes que él, cuyos esfuerzos y conocimientos forman la base de lo que somos… ¿o debería decir de lo que pensamos?
Sabemos que el cerebro humano es una de las maravillas más sorprendentes del Universo. Pero apenas si nos quedamos en eso, en un conocimiento curioso, poco útil, acaso inútil… nada más que una anécdota sin importancia, apta para decir en una de esas conversaciones, también inútiles, en las que el tema meteorológico se ha agotado, mucho antes de que los cubitos de hielo de la copa que compartimos con cualquier otro semejante, otro, cuyo cerebro, también, es tan maravilloso como el nuestro.
Sabemos y no hacemos nada. Ese puede ser el mayor pecado del último siglo. La peor pesadilla de todos los tiempos. Vivimos en uno de todos los mejores mundos posibles y estamos la mayoría de las veces en peores circunstancias que el esclavo medio de la época griega clásica. Tenemos a nuestro alcance el mayor caudal de conocimiento ”per capita” de todos los tiempos, y solo sirve para que nos sintamos desgraciados por no poder tomar cañas en chiringuitos playeros, no poder fumar en lugares públicos o no podernos gastar el dinero en la contemplación espectacular de una tortura ritualizada, y presuntamente cultural, denominada tauromaquia. Es curioso constatar que entre las herramientas tecnológicas más perturbadoras, elijamos casi siempre el chat para hablar de sexo con desconocidos. Es decir, para hacer lo que no nos atreveríamos a hacer cara a cara. Casi siempre somos capaces de matar o de morir por lo que alguien dice y casi nunca por lo que alguien hace. Con el chat ni lo uno, ni lo otro.
¿Es una queja?
No, más bien es una evidencia de que el pensamiento es más importante de lo que aceptamos. No en vano las palabras suelen servir para expresar los pensamientos, para articular y crear la materialización de ellos. Todas las cosas que vemos a nuestro alrededor, todos los objetos que podemos percibir fabricados por mano humana, no son otra cosa que pensamientos “materializados”. Y aun a pesar de ello, nuestro cerebro y su producto vale menos para nosotros mismos que cualquier político, un simple sacerdote, el más cruel de los capataces… o el más simple de nuestros maestros.
Podríamos estar varias semanas sin comer, varios días sin beber agua, uno o dos minutos sin respirar, y con eso, podríamos elaborar una lista con lo más importante y primordial para sobrevivir que todo el mundo aceptaría sin discutir. Pero cuando decimos que no podemos estar ni un instante sin pensar… enseguida encontraremos miles de necios dispuestos a rebatir que sea, el pensar, lo más importante. Cuando estamos sin pensar no somos humanos. Incluso los yoghis reconocidos hacen del no pensar un acto mental del que no se excluye, por definición, ni siquiera el pensamiento.
Ya lo mandó escribir el profeta aquel, el que era analfabeto, cuando nos explicaba que si se consiguiera poner voluntariamente a pensar sobre lo mismo, a mil millones de personas (por ejemplo) durante cinco veces al día… todos los días de su vida, ¡se podrían mover montañas! Hoy sabemos sin que nos quepa la menor duda, que también se pueden derribar rascacielos. Y sin embargo… seguimos empeñados en creer en dioses.
Se sabe que cuando miramos una flor, algunas áreas de nuestro cerebro se activan; igualmente se sabe, que cuando pensamos en una flor sin tenerla a la vista se activan las mismas áreas cerebrales. Para nuestro cerebro es irrelevante si algo existe ante nuestros ojos o está en nuestra imaginación. Es así de simple. Y así los judíos alemanes tenían cara de rata y aspecto despreciable en los tiempos de Hitler haciendo tan fácil su exterminio. Por eso, en España los republicanos, los comunistas y los que no eran derechistas acérrimos, tenían rabo y cuernos demoniacos… y por tanto, eran susceptibles de aplicárseles la ley de fugas, el paseíllo, la cárcel… el olvido. Sin embargo, en cuanto un rey destronado nos convenció de que pensáramos que éramos demócratas de toda la vida, desaparecieron de golpe y como si no hubieran existido jamás, tantas tumbas comunes, tantísimas fosas inmensas, miles de injusticias repetidas… no poca necedad extrema. En consecuencia nos dicen de múltiples maneras, que no debemos pensar, no porque sea posible revivir los muertos, sino porque entonces recordaríamos que lo importante es pensar, y entonces podríamos llegar a pensar que todos los reyes deberían ser destronados.
Hoy, apenas sesenta años después, el mundo que conocimos y que dio pié a este, se nos presenta como algo tan distante como una fiestecita de Nerón, una cruzada Papal o una persecución religiosa. Algo pasado o algo del pasado… algo que jamás volverá a existir.
Y sin embargo…